martes, 7 de diciembre de 2010

Fuego


Una de sus manos continuó descendiendo por el brazo hasta la muñeca, tal y como yo esperaba, dejando un rastro de fuego tras de sí. Con la otra me acunó la mandíbula para levantarme la cara, como sabría que haría.
Su mejilla se apretó contro la mía, y la piel me ardió donde entramos en contacto.
Deslizó lentamente la mejilla hacia atrás e inclinó le mentón hacia un lado, hasta que su boca cubrió la mía.
Trató de besarme con suavidad. Me di cuenta de que lo intentaba, pero sus intenciones se hicieron humo, como había ocurrido la otra vez.
Había fuego por todas partes, porque él estaba en todas partes. Sus manos se deslizaron por mi piel, quemándola. Sus labios saborearon cada centímetro de mi cara. La pared de roca se estrelló contra mi espalda, pero no sentí dolor, porque ya no sentía nada, salvo el fuego.
Anudé las manos en su pelo, arrimándolo más a mí, como si fuera posible estar más cerca de lo que ya estábamos. Le envolví la cintura con las piernas, tomando el muro como punto de apoyo. Su lengua se enredó con la mía y no quedó parte en mi mente que no fuera invadida por el deseo demencial que me poseía.
Él liberó la boca para apretar nuevamente sus labios contra mi oreja.
-No me abandonarás.¿No me amas?¡Pues demuéstramelo!¡Demuéstramelo!-El gruñido sonó tan fuerte en mi oído que fue casi un grito.
Y sus labios volvieron a atacarme la boca.
Mis puños se enredaron en la tela de su camisa y tiraron hacia arriba. Esta idea era ya de ellas, porque yo no les indicaba qué debían hacer. Sus manos me quemaron la piel de la espalda.
Sentí sus músculos del vientre bajo mis palmas, porque mis manos estaban atrapadas, aplastadas en el espacio inexistente que había entre nosotros.

No hay comentarios: